Natalia Vazquez
Para
quinto semestre, y después de haber llevado (lo que parecían) miles de
laboratorios, la historia parecía repetirse cada primer clase. “No se come en el laboratorio”… “ SIEMPRE hay
que usar bata”… “Deben usar jeans y tenis”… Reglas y reglas, siempre las mismas
y francamente, después de escucharlas tantas veces, parecería tonto poder
olvidarlas, ¡Es puro sentido común! En
fin, pasó esa primera clase de
laboratorio de química orgánica y comenzaron las prácticas.
La
dinámica en el laboratorio y con mi equipo iba mejor que nunca. Hice una
mezcla, fijándome muy bien en las cantidades: ácido clorhídrico concentrado y
alguna otra cosa con la que iba a reaccionar dentro de mi tubo en
aproximadamente 15 minutos con ayuda de mi eficiente mezclado. Una vez que estaba segura de que tenía las
cantidades correctas de reactivos dentro de mi tubo, con mucha calma me senté en
un banco mientras mezclaba agitando rápidamente (y un poco violentamente) la
espátula dentro del tubito de ensaye.
Como llevaba ya un rato haciéndolo , simplemente recargué el tubo en mi
pierna y seguí mezclando mientras platicaba con mi compañera de enfrente para
hacer el tiempo de espera un poco más ameno.
Afortunadamente ella sí estaba
atenta a lo que yo estaba haciendo y de pronto, sin poder decir nada señaló el
tubo que estaba mezclando. Para sorpresa
de todos (porque a estas alturas ya habían varios espectadores) el tubo de
ensaye en el que yo mezclé y mezclé con tanto fervor, había cedido causando un
pequeñísimo hoyito en el fondo del tubo.
Cabe mencionar que mi elección de vestuario ese día no fue la más
acertada; llevaba unos leggings que, como es muy lógico y todos deben de saber
(!!!!) son de poliéster, que para mi sorpresa reaccionan sumamente rápido con
el ácido clorhídrico
Pues
todos los días se aprende algo nuevo, y ese día yo aprendí que los leggings no
sólo son una prenda de vestir muy cómoda, sino que también reaccionan de una
manera muy peculiar con el ácido clorhídrico.
Al ver lo que estaba pasando con mi mezcla, automáticamente tapé el
hoyito con mi dedo (con guantes) y paré la fuga, pensé que todo se solucionaría
ahí, hasta que volteé a ver mi pierna.
Los leggings se empezaron a disolver y cuando puse mi mano sobre ellos,
el pedazo que estaba empapado de ácido se pego a mi guante y se desprendió del
resto como si fuera una especie de chicle.
A estas
alturas, todo el mundo dentro del laboratorio estaba más que involucrado y
entre gritos, yo sólo escuchaba cosas como “¡Métanla a la regadera!”,
“¡Pónganle bicarbonato!” , “¡Que se quite los pantalones!” (ésta última sonaba
inquietantemente más que el resto). Mientras escuchaba esto, el ácido seguía
avanzando en mis leggings negros y yo iba quitando pedazos con mis guantes,
pensando que tenía que hacer algo pronto si no quería hacer caso a la última
propuesta. Finalmente nos decidimos por
llenarme la pierna de bicarbonato y responder la pregunta que todos alguna vez
nos hemos hecho ¿Esas regaderas… si sirven?... Pues resulta que sí y bastante
bien. Aunque intenté meter solamente la
pierna afectada, la presión y la cantidad de agua que salió de la regadera
terminó por mojarme casi completa.
Finalmente estaba fuera de peligro y aunque si
terminé en la enfermería, mi pierna estaba completamente bien. Me pusieron algo
de vaselina pero afortunadamente no me pasó nada; el único inconveniente es que
ya no tenía pantalones.
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